miércoles, 25 de septiembre de 2013

25 de septiembre: Nuestra Señora Madre del Divino Pastor

Según algunas leyendas devocionales, los primeros que gozaron de apariciones de la Virgen con los atributos de pastora, fueron entre otros, S. Juan de Dios y S. Pedro de Alcántara.

Pero hasta 1703 no aparece esta advocación entre el pueblo cristiano. Su origen se debe al P. Isidoro de Sevilla, religioso capuchino español, que nació en 1662 en Sevilla. En 1681 ingresa en la Orden Capuchina y se ordena sacerdote en 1687, dedicándose a la predicación. Fue el primer propagador de la devoción del rosario por las calles.

La noche del 15 de agosto de 1703, estando en oración, la Santísima Virgen se le apareció con traje y aspecto de pastora, mandándole predicar la devoción a ella bajo este título.

Al día siguiente de esta aparición, el P. Isidoro se entrevistó con el famoso pintor Alonso de Tobar, al que describió lo que había visto y le encargó que lo plasmara en un lienzo.

Entre los detalles que el P. Isidoro dio destacan: "Un rostro lo más bello que pudiera pintar, sentada en una piedra sobre un montecillo, rodeada de árboles y blancas ovejas que portaban en la boca una rosa cada una, que le ofrecían como tributo de veneración y cariño. Tendría la mano derecha sobre la cabeza de un cordero, que representa a su Divino Hijo, según lo vio San Juan en el Apocalipsis. La Virgen vestiría una túnica talar ceñida a la cintura y sobre la misma una zamarra como acostumbraban a llevar los pastores, el manto recogido en el brazo derecho, un sombrero caído hacia la espalda y cubriendo su cabeza un finísimo velo. Separada de la imagen, una oveja portaría en su boca un cartel que diría AVE MARIA y tras una roca un dragón acechándola, mientras un ángel, vendría volando raudo espada en mano”.

Pues bien, este es la primera representación de la DIVINA PASTORA en un cuadro tal como la pensó el P. Isidoro.

El 8 de septiembre de 1703, el P. Isidoro presentó el lienzo en una grandiosa procesión por las calles de Sevilla en la que predicó, según el estilo barroco la época, un sermón en el que glosaba la frase del Cantar de los Cantares: "Oh, Tú, la más hermosa entre las mujeres, sal, fuera y sigue las huellas del rebaño y apacienta a los cabritos junto a las cañadas de los pastores”.

En 1729 el rey Felipe V visitó el convento los capuchinos en Sevilla y con este motivo el P. Isídoro le dio a conocer la nueva devoción fundada por él.

Después de muerto el P. Isidoro, en 1750 será el Beato P. Diego José de Cádiz, también capuchino, quien populariza y difunde por toda la geografía española esta devoción mariana.

Posteriormente el Papa Pío VI aprobó para los capuchinos la devoción y el culto, señalando para el rezo y fiesta, el segundo domingo después de Pascua.

En 1863, muchos Cardenales, Obispos y Superiores de otras órdenes religiosas pidieron a Pío IX poder celebrar la fiesta de la Divina Pastora, en todas las diócesis que lo desearan.


MARÍA, “DIVINA PASTORA” en la vida de MARÍA ANA

La figura de María, bajo el título de Divina Pastora o Madre del Divino Pastor, hace su aparición en la vida de María Ana, con los primeros contactos con la Orden Capuchina. Esta devoción es en María Ana de un arraigo profundo y la evidencia en múltiples formas.

Era y es la acuñación de un título que corresponde a María por su maternidad divina y por su mediación en la obra salvadora. La imagen de María, bajo este título, es reveladora de la ternura de la Pastora para con sus ovejas. Lo cierto es que ha calado muy hondo en la Orden Capuchina y María Ana se imbuirá de ella desde los primeros años de su vida religiosa. Marcada por una fuerte espiritualidad mariana, dirán los testimonios:

“...principalmente la advocación de la Divina Pastora, que era su predilecta...”

María Ana, sin duda alguna, vivió el espíritu de las primeras Reglas con la máxima fidelidad y más en las prescripciones que de un modo directo la afectaban.

Dicen las Reglas:

“La Prelada del convento se llamará Superiora, quien gobernará la comunidad en nombre de la Divina Pastora María Santísima, que será la Abadesa de esta Seráfica Congregación de penitencia. Por tanto, se ordena que en todos los lugares donde acostumbran a reunirse las Hermanas haya una imagen de la Divina Pastora, la cual presidirá todos los actos de la Comunidad como Abadesa Suprema”.

No es, pues, extraño que los testigos refieran muchos años después, cuando María Ana está ya en Castilla, que “en un camarín, con su puerta de cristal incrustado en la pared, se divisaba la Divina Pastora con su Santísimo Hijo con su pellica, zurrón, cayado y manto azul...”

La Divina Pastora, presidirá no sólo los lugares en que se reunían las Hermanas, sino en aquellos en los que María Ana ha de ejercer su función pastoral como Superiora y como educadora.

“...tenía, en su celda pobre, un cuadro de la Divina Pastora rodeada de ovejitas; entre ellas había una más apartada de las otras, comiendo y mirando hacia otro lado. Nos explicó de manera sublime el significado que tenía: unas atentas a lo que Dios nos habla y las otras separadas, distraídas, y mirándome con insistencia dice: esa que está más lejos oye los silbidos del tentador demostrando hacerle caso...”

Su amor a la Divina Pastora era tan manifiesto, que una alumna, que había vivido en el Colegio desde los seis hasta los diecisiete años, contaba, mucho tiempo después, a su hijo que la Madre Mogas “era muy devota de la Divina Pastora” y añade:

“Cuando alguna niña se portaba mal la llevaba delante de su imagen para pedir perdón; luego sacaba dulces del morral que tenía colgado.”

María, Divina Pastora, ha de ser presencia en la vida de toda franciscana, ha de ser Titular en el Instituto en el presente y en el futuro. Así aparece en el manuscrito de María Ana: “En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Señor os dé su bendición y os guarde, os muestre su rostro y tenga de vosotros y de mí misericordia. Convierta su rostro y os dé paz a vosotras, Hermanas e hijas mías, y a todas las que han de venir y permanecer en nuestro Instituto y compañía, así presentes como futuras, y que hasta el fin perseveraren en todas las casas o Monasterios de las Hermanas Terciarias bajo la advocación de la Divina Pastora. Amén”.


María en el INSTITUTO

Cuanto aparece en las primeras Reglas referido a la Virgen María sin más o a la Divina Pastora,Talla de la Divina Pastora - Capilla de la Comunidad - Roma -escrito o no por María Ana Mogas- se ha incorporado a su experiencia religiosa y ha pasado al Instituto como algo propio. Hay una presencia interrumpida de textos para conocer la experiencia espiritual de la M. Fundadora, su espiritualidad mariana, que transmitió al Instituto desde sus orígenes hasta hoy.

En las Reglas de 1850 y en las modificaciones introducidas en 1862 aparece la figura de María, Divina Pastora, como Suprema Abadesa. Aparece también en los ceremoniales. Ha sido vivido intensamente por la Fundadora y por las Hermanas, y esta experiencia se ha incorporado al patrimonio del Instituto y se ha transmitido y vivido; han pasado inalterables e ininterrumpidamente de unos textos a otros, hasta la revisión hecha después del Concilio Vaticano II, apareciendo de nuevo en las Constituciones de 1981:

“Nuestra titular es María, Madre del Divino Pastor, considerada por nuestra Fundadora y sus compañeras como Suprema Abadesa”.

La presencia de María “Divina Pastora” en las Constituciones del Instituto, como causa de una serie de expresiones externas, es reiterativa.

Abundan los Ceremoniales y Directorios en recoger una serie de prácticas vividas en el Instituto desde los primeros tiempos, tales como el trisagio a la Santísima Virgen, el modo de celebrar la liturgia en ciertas fiestas de Nuestra Señora, oraciones, consagraciones... Es singularmente expresiva una especie de consagración que debió ser muy repetida por la Fundadora y las Hermanas: “Virgen y Madre de Dios, Pastora amantísima de nuestras almas, yo me ofrezco por hija vuestra; en honor y gloria de vuestra pureza, os ofrezco mis ojos, mis oídos, mi lengua, en una palabra, todo mi cuerpo y alma”. (Costumbres 1901; Ceremonial 1952)

Las Constituciones vigentes retoman la espiritualidad mariana tradicional en el Instituto, presentando a María, Madre del Divino Pastor, como Suprema Abadesa, “ideal y estímulo en nuestra vida consagrada”. Ella:

la mujer fiel que acogió la Palabra y la hizo vida, es modelo, estímulo y garantía de la donación que, desde nuestra debilidad, nos hemos atrevido a realizar su devoción confiada es también garante de la castidad
la presenta como modelo de entrega con su fiat al plan de Dios
como aglutinadora de la Iglesia primitiva al referirse a nuestra vida comunitaria en fraternidad
como mujer orante de quien hemos de aprender a meditar en nuestro corazón la Palabra de Dios
como consagrada en todo su ser a la persona y misión salvadora de Jesús que estimula nuestra entrega a la tarea evangelizadora
como peregrina de la fe que avanza en la unión con Jesús
es ideal para quienes se preparan para asociarse de modo especial a la obra salvífica de Cristo en el Instituto.


La fiesta de la Divina Pastora

“La sierva de Dios realizaba con gran solemnidad las fiestas de la Virgen, principalmente de la Divina Pastora”.

La fiesta de la Divina Pastora no sólo se celebraba con la solemnidad propia, sino que en ella se hacía una renovación del voto de obediencia en un acto de sumisión a la Divina Pastora y en reconocimiento de Ella, como “Suprema Abadesa”

María, bajo este título, desempeña desde los orígenes un importante cometido en la vida del Instituto y en la vida espiritual de sus miembros: “...que la Superiora gobernará la Comunidad en nombre de la Divina Pastora María Santísima, que será Abadesa perpetua...”

En torno a la fiesta de la Divina Pastora giraban los actos más importantes. Así, muchos años después, una testigo afirma que “las Primeras Comuniones se hacían siempre el día de la Divina Pastora, así como la renovación de votos”.

Las Reglas de 1850, recopiladas en 1862, después de decir que la imagen de la Divina Pastora presidirá todos los actos de la Comunidad como Abadesa Suprema, añaden:

“Después de la Comunión de este día (fiesta de la Divina Pastora), reunida toda la Comunidad en la Capilla, puestas delante de la imagen de la Divina Pastora, estando iluminado el altar, harán la siguiente PROTESTA A LA AUGUSTA MADRE, NUESTRA DIVINA PASTORA, SUPREMA ABADESA DE ESTE INSTITUTO.” La “Protesta” es una larga oración a la “Virgen Santa, dulce y tierna Madre, Patrona y Abadesa de este Instituto... para renovar nuestros homenajes y la promesa de obedecer en todo cuanto nos prescribiese la que de parte vuestra, en vuestro lugar y en nombre vuestro nos dirige...”. La Superiora gobernará en nombre de la Divina Pastora y las Hermanas renovarán en su fiesta el voto de obediencia.

La formulación de su enunciado y el carácter y contenido de esta “protesta”, ponen de manifiesto que el término Suprema Abadesa, tiene en el contexto de la espiritualidad de María Ana Mogas y del Instituto un significado profundo. La Virgen tiene: jurisdicción amorosa propia sobre el Instituto, sus personas y sus obras apostólicas orienta, anima en las decisiones, en la misión a Ella, Suprema Abadesa:

se la venera
se la bendice en esta larga protesta
se la pide mire compasiva y cuidados su rebaño
que no aparte de él su mirada
que haga Ella que el rebaño “crezca y se multiplique delante de Dios y de los hombres”
se le pide que Ella, la Pastora, acoja bajo su protección los deseos, votos y peticiones a fin de que Dios los bendiga.

La “Protesta” es una oración profunda. Hace como un repaso de la vida, de los compromisos, de la misión, de la necesidad de vocaciones, del amor al prójimo... es, en su conjunto, “una protesta amorosa, una “manifestación” de amor”

María, Divina Pastora, ha de ser presencia en la vida de toda franciscana, ha de ser Titular en el Instituto en el presente y en el futuro.

Oración

Dios te salve amante, tierna y cuidada María, Pastora vigilante de los pecadores, por cuya conversión ruegas continuamente al Señor, y a imitación del Buen Pastor, tu Hijo, buscas la oveja perdida con gran solicitud desde el Cielo, para traerlas al redil. Dios te salve, porque ardiendo tu corazón en el fuego inextinguible de la caridad, asombras y ahuyentas al lobo infernal para que deje libre al rebaño de los pecadores.

Dios te salve, porque es tanto tu encendido amor, que si fuera necesario darías mil veces la vida porque no se apartara ni una sola oveja del aprisco feliz de la gracia.

Dios te salve, porque a cada uno de los pecadores, por ser criaturas de tu Santísimo Hijo, y almas redimidas con el precio infinito de su sangre, los amas tanto, y los apacientas con tanto cuidado, que siempre velas con incansable afán para que vuelvan al redil de donde se apartaron y sean apacentados de tu maternal amor y misericordia. Amén.

(fuentes: www.anamogas.net; mdivinopastor.blogspot.com.ar)

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