El soberano llegó a Córdoba y examinó el arrabal que ya habían fortificado los cristianos, pero era necesario cercar el resto, para lo cual el rey fue por la margen izquierda del río, tomando la fortaleza de la Calahorra e impidiendo con ello que se recibieran en la ciudad alimentos y ayuda militar.
El emir árabe Aben Hud, que andaba por Ecija, intentó socorrer a sus vasallos, pero viendo que la situación era muy difícil, abandonó la población con intenciones de volver con un ejército más poderoso y reconquistarla, huyendo hasta Almería, donde fue asesinado por el emir de aquella población, al-Rumami, después de recriminarle su cobardía y el abandono de la ciudad y de los suyos.
Cuando los cordobeses conocieron que su rey los había dejado solos, con la ciudad cercada y sin medios de obtener alimentos ni armas, no tuvieron otro remedio que capitular. Pero don Fernando no lo consintió; les pidió que se marcharan sin condiciones y les dio permiso para salir en libertad, llevándose sólo lo que pudieran transportar sobre sus espaldas. Las condiciones fueron aceptadas, y el día 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo, salieron de la ciudad, al mismo tiempo que un heraldo del rey castellano-leonés, por mandato real, subió al alminar de la gran mezquita y colocó sobre él el estandarte real y la cruz de Cristo.
El día 6 de julio Fernando III y su ejército entraron en Córdoba, dirigiéndose a la Mezquita, donde el obispo de Osma, don Juan, hizo la consagración del templo musulmán como catedral cristiana bajo la advocación de la Asunción de la Virgen y dándole el nombre de Santa María la Mayor.
La atalaya de la sierra
Esto es lo que nos cuentan las crónicas de la Reconquista de Córdoba. Pero a ello debemos añadir que en estas narraciones no se omite que Fernando III instaló su Real Sitio sobre una colina en la que había una atalaya que los árabes usaban para avisarse, de unas a otras, haciendo señales con humo blanco o negro, según los casos, y en la que el Santo Rey mandó colocar la imagen de una Virgen a la que el monarca profesaba una gran devoción y a la que todo su ejército llamaba la Virgen Conquistadora y Capitana.
El lugar elegido para capilla de esta imagen de Nuestra Señora fué delante de dicha atalaya, en un hueco que había en el muro, dejando detrás el testero superior de la torre, que formaba un arco, en dónde se puso a la Madre del Salvador, implorándole la intercesión ante su Divino Hijo para obtener la victoria en los combates que precedieran a la reconquista de la ciudad; también ordenó el Rey a los prelados y sacerdotes que acompañaban a las tropas que ofrecieran diariamente el santo sacrificio de la misa.
Primeros pasos de la Hermandad
En el año 1.278 el Obispo D. Pascual, da reglas a los cofrades del Hospital de S. Cristóbal y la Magdalena, más tarde de la Lámpara, con sede en la calle Amparo, para que fueran todos los años al Santuario en procesión solemne al templo de la Virgen de Linares; y es aquí donde podemos decir que comienzan los primeros pasos de la Hermandad.
En los siglos XIV y XV hay oscuridad sobre la hermandad. En 1.546 (concretamente el 20 de Agosto de 1.546, se concede "Licencia al Preboste y Cofrades de Linares para hacer fiestas a Nuestra Señora") y demostrándose que existe Hermandad por aparecer varios diputados canónigos nombrados por el Cabildo de la S.I. Catedral para visitar y gobernar anualmente el santuario. Se extinguió en 1.646; volviendo a aparecer en 1.659 y se le dan estatutos nuevos en 1.660. Permaneciendo durante los siglos XVII (centuria en que entra en gran decadencia pero se mantiene con apariciones y desapariciones en los datos del Cabildo) y XVIII con sus altas y bajas.
Queremos destacar el nombre de algunos personajes famosos que figuraron con cargos importantes en el santuario de Linares. Por ejemplo, el pintor y escultor Pablo de Céspedes, que fué elegido diputado de Linares en 1.602 y estuvo en este cargo hasta su fallecimiento acaecido en 1.608. También fué elegido con el mismo cargo de diputado el lectoral Luis de Belluga, nombrado en 1.698 y que más tarde llegaría a vestir la púrpura cardenalicia. Por último citaremos a ilustre arcediano de Pedroche, fundador del Monte de Piedad, José Medina y Corella, que fué elegido en el mes de septiembre de 1.766.
La creación de la actual Hermandad se remonta al 9 de Enero de 1.861, fecha en que se reforman los estatutos firmándolos el 26 de Abril el Obispo Alburquerque, siendo ésta Hermandad la que ha permanecido hasta nuestros días.
El día 15 de Mayo del año de 1.660 fueron ratificados por el Vicario General D. José Hurtado Roldan, y el 26 de Abril de 1.861 por el Obispo Alburquerque.
El objetivo principal de los estatutos de la hermandad era y son Mantener y promover la devoción a la Santísima Virgen María y a Su Divino Hijo Nuestro Redentor. Conservar las tradiciones religiosas, históricas y populares.
Dar culto en su muy Centenario Santuario a la tan antigua y venerada Imagen de la Purísima Concepción de Linares.
La imagen
La devoción del pueblo de Córdoba por la Virgen de Linares es sin duda una de las más antiguas de las conocidas en ciudades y pueblos reconquistados por los reyes cristianos, si bien no es la única imagen que un monarca castellano depositara en alguna ermita o capilla, a veces en altares improvisados y, en ocasiones, hasta desconociéndose el origen y nombre de las mismas.
Ejemplo de ello lo tenemos en la Virgen de Zocueca, patrona de Bailen (Jaén), de la que se ignora su procedencia y el origen de su nombre, y que, como la de Linares, tiene al Niño en su brazo derecho.
La Virgen de la Coronada, patrona de Alcalá la Real (Jaén), que fue depositada por el monarca Alfonso XI el Justiciero en una ermita levantada para ella frente al castillo de Aben Zaide, antes de la conquista de la población. O Nuestra Señora de los Reyes, patrona de Sevilla, ofrecida por San Fernando a aquella ciudad después de conquistada, y otras muchas a lo largo de la geografía andaluza.
La Virgen de Linares, conocida ya desde tiempos pretéritos como Conquistadora y Capitana, y a veces como "invencible generala", está muy ligada al pueblo de Córdoba desde que Fernando III la depositara en aquella atalaya agarena del bello paraje escogido por el rey castellano-leonés para su Real Sitio, y a través de los siglos, para Ella se organizaron solemnes actos de extraordinaria emotividad, que fueron para la ciudad y los cordobeses ayuda, aliento y amparo.
Existe la creencia de que el nombre por el cual se conocía a esta imagen, Nuestra Señora de Linares, era, tal vez, por haber sido recogida por el rey en algún pueblo de este nombre, o bien, por llevar el apellido Linares el sacerdote o capellán a quien se encargó de su custodia, nombre que ya se utilizó hasta nuestros días. Pero en una cita del tomo tercero de la Palestra Sagrada de Sánchez de Feria, se dice que "quando el glorioso Conquistador de Córdoba, el ínclito San Fernando, vino con su Exercito a la toma de Córdoba, hizo alto en este sitio, donde había y hoy permanece, una fuerte Atalaya. Aquí, en un altar portátil, dixo Misa un sacerdote natural de Linares de Baeza, que en su compañía traía esta imagen que colocó en el altar, siendo el culto preparativo a una gloriosa, como ardua conquista".
Estudios más recientes, llevados apuntan que "Linares" tal vez sea una castellanización del nombre árabe de estas atalayas llamadas tali'a as'ala al-narum, cuyo significado en castellano es "atalaya donde se enciende el fuego", o bien, simplemente al-narum, "donde se hace fuego", del cual derivaría Linares, como sucedió con otros muchos nombres árabes al castellanizarse, tales como al-Marlya, Almería; al-Yussana, Baena; as-Suja\ra, Zuheros, y un largo etcétera.
La imagen de la Virgen de Linares es una talla en madera que lleva un niño en su brazo derecho. Su actitud es majestuosa y su fisonomía acusa una gran expresión mística, tanto en la Virgen como en el bellísimo Niño que descansa sobre el seno de la madre. Su mirada es tierna y la sonrisa, de una dulzura extraordinaria.
El padre Juan Bautista Moga, de la Compañía de Jesús, en una visita que efectuó al santuario en 1881, al contemplar la imagen de Nuestra Señora tuvo la curiosidad de levantar la falda con la que entonces se cubría, observando la media luna que ésta tenía a sus pies, quedando así convencido de que la Virgen de Linares estaba representada en el misterio de su Concepción inmaculada.
Al dar cuenta de este hecho, dice Redel: "El docto jesuíta padre Moga, tan entusiasta y devoto de este misterio, apresuróse a dar cuenta de su descubrimiento al gobernador eclesiástico don Camilo de Palau, en vista de que se hallaba ausente el obispo, que era a la sazón el insigne filósofo fray Ceferino González. El señor Palau, muy competente en arqueología, cuya asignatura explicaba en el Seminario, dispuso, accediendo a los deseos del padre Moga, que, bajo su presidencia, reconociera la efigie una comisión facultativa, compuesta del mismo ilustrado jesuíta y del elocuente magistral don Manuel González Francés, entre otros capitulares y sacerdotes; del sabio individuo de la Comisión de Monumentos don Francisco de Borja Pavón; del notable arqueólogo y pintor don Rafael Romero Barros; del delicado poeta perteneciente al cuerpo de archiveros, bibliotecarios y anticuarios, don Julio Eguilaz Bengoechea; del aparejador de obras de la Catedral don Rafael Aguilar; del carpintero don José Casvas Heredia, y, del acreditado fotógrafo don José de Hoces..."
En otro párrafo, transcribe Redel los cinco primeros puntos del acta que se levantó después del reconocimiento efectuado por los maestros carpinteros llevados al santuario con esta finalidad :
"Primero: que la altura de la imagen es de 94 centímetros y la peana de 8 y 1/2, con un diámetro de 25.
"Segundo: que imagen y peana forman una pieza, de buena madera de peral, excepto las dos extremidades salientes por los dos lados de la media luna que está a los pies, las cuales son de pino de Segura muy bueno y puesto al hilo para su mayor robustez y consistencia". Acerca de este pormenor añadieron los peritos que de esta misma madera de pino de Segura "son dos remiendos de la peana" y que "ambos remiendos y el de la media luna, según su labrado, color y dureza, son posteriores a la escultura".
"Tercero: que la imagen está hueca por dentro.
"Cuarto: que aunque labrada la media luna de una madera distinta de la restante de la estatua, no es un simple apegamiento de época posterior, sino que forma con ella un todo, pues de otra suerte no pudiera explicarse la disposición y caída de los pliegues que contornean en parte dicho emblema.
"Y quinto: que la madera de la imagen presenta señales de muy remota antigüedad".
Por otra parte, de las manifestaciones que hicieron los componentes de la comisión técnica, después de un prolongado reconocimiento, sólo vamos a dar un resumen, que el propio Redel señala de la siguiente manera:
"El Reverendo Padre Moga hizo resumen concreto de todos los pareceres, sustentando las tres conclusiones que a continuación se expresan. Primera: que aquella misma imagen era, por lo menos, del siglo XIII, igual que los emblemas que le son anexos, fundado en el reconocimiento, en la tradición oral y en la escrita. Segunda: que los atributos representan, sin género de duda, el misterio de la Concepción de María. Y tercera: que de esta demostración se deduce que esta escultura es la Concepción más antigua de las conocidas y auténticas, existentes en todo el mundo católico, por ser anterior (dos siglos y medio) a las más antiguas, que no pasan de mediados del siglo XV".
Restauraciones de la Imagen
Aunque el número de veces que se retocó la imagen de Nuestra Señora de Linares es difícil de precisar, sí se puede decir que éstas no fueron de lo más acertado. Se conoce la que tuvo lugar el año 1885, aprovechando una de las veces que la imagen fue trasladada a Córdoba para que librase al pueblo de una gran epidemia de cólera.
Se sabían los desperfectos que tenía y era necesaria una restauración inmediata, por lo que la hermandad decidió aceptar el ofrecimiento del director de la Escuela de Bellas Artes Rafael Romero Barros, para dirigir dicha restauración, que fue comenzada el 30 de septiembre de dicho año, previa autorización del Cabildo catedralicio. El señor Romero junto con el artífice Rafael Díaz, tras un detenido estudio decidieron hacer una restauración completa de la imagen, que fue concluida el 20 de noviembre del citado año.
En otras ocasiones se retocó la imagen de Nuestra Señora de Linares, pero sin duda, la más importante de estas restauraciones, ha sido la última efectuada, se llevó a cabo en 1994 con el consentimiento del Cabildo catedralicio, que es su patrono, encargándose de dicha restauración el imaginero cordobés Miguel Arjona Navarro.
Después de un estudio en profundidad de la imagen, tanto exterior como interior, y vistas las malas condiciones en que se encontraba la misma, se procedió a resanar todo el conjunto, descubriéndose que en otros tiempos la imagen había tenido unos rayos salientes a ambos costados, siete en cada lado, que le han sido repuestos y que luce en la actualidad.
Una vez restaurada, y antes de cerrar su entorno, le fue colocado en su interior un pergamino, en el que se da cuenta de dicha restauración. La memoria que publica anualmente el boletín de la hermandad, correspondiente a 1994, dice a este respecto: "La Virgen ha estado en el taller de don Miguel Arjona un total de 118 días, trasladándose a la S.I.C. el día 29 de abril y estando nueve días en el altar mayor, para regresar a hombros del pueblo de Córdoba a su altar del Santuario".
Es posible que el primer traslado a Córdoba de la imagen de Nuestra Señora de Linares fuera en el año 1808, cuando la invasión francesa, cuyas tropas, al mando del general Dupont, se disponían a entrar en la ciudad. El comandante general de la vanguardia del Ejército de observación de Sierra Morena, Pedro Agustín de Echavarri, a la vista de que disponía de pocos hombres e inexpertos en la lucha, dirigió una proclama a todos los pueblos de su provincia previniéndoles que "con orden, quietud y sosiego se preparasen a tomar las armas, pertrechos y municiones y que impetrasen de los buenos patricios caudales, caballos y demás efectos necesarios, para ponerlo todo a las órdenes del indicado comandante general".
El general Echavarri, que era un heroico militar y profesaba una gran devoción a la Virgen de Linares, dispuso que ésta se trajese a la ciudad para que fuera amparo de la misma. "En la tarde del sábado 4 de junio de 1808 -dice Redel- salió para su santuario el rosario de Nuestra Señora del Socorro con multitud de sacerdotes e inmensidad de pueblo, y en la mañana del día 6, domingo de Pascua de Pentecostés, entró por la Puerta de Plasencia precedida de la imagen de San Fernando y acompañada de todos los habitantes de la provincia, que convertidos en soldados, la vitoreaban y proclamaban por su invencible generala".
La crónica añade que "ambas efigies, la de la Virgen y la de San Fernando, fueron saludadas al entrar en Córdoba con un repique general de campanas; penetraron a su paso en los templos de Santa María de Gracia y Santa Marta; en la puerta del convento de San Pablo fueron esperadas por la comunidad de dominicos, y en la de San Francisco, por la de los franciscanos. Siguió la procesión por la Cruz del Rastro hasta la parroquia de San Pedro, en cuya iglesia quedaron depositadas las imágenes, a las que se ofrecieron misas y otros actos religiosos, incluidos sermones de doctos representantes de la Iglesia".
Más a pesar de todo, las tropas del general Dupont llegaron hasta Alcolea el día 7 de junio, haciendo un gran número de bajas al ejército cristiano y avanzando hasta Córdoba, cuya Puerta Nueva encontraron cerrada; el general francés ordenó que la derribaran a cañonazos, y entró en la ciudad, donde, a su paso por la calles, hicieron los soldados destrozos incalculables.
Se cuenta que cuando las tropas galas llegaron hasta la parroquia de San Pedro, que estaba cerrada, creyeron que el templo era un cuartel o palacio en el que se hospedaba el general Echavarri, por lo que se ordenó volar el edificio. La crónica dice que se produjo un hecho milagroso, pues varias veces que se encendieron las mechas del cañón, éstas se apagaron sin que pudiera cumplir su objetivo, dando con ello tiempo a que supieran que aquel edificio era una iglesia y se desistiera de disparar contra ella.
El hecho de encontrarse la imagen en el templo fue el motivo para que el pueblo creyera firmemente en la protección de Nuestra Señora a la ciudad, ya que ésta no fue de las que más sufrieron el azote de la invasión francesa, a pesar de que los cordobeses tuvieron que soportar tres días de saqueo durante los cuales se profanaron muchos templos y se cometieron grandes desmanes. El día 16 de junio el general francés debió salir precipitadamente de Córdoba con sus tropas, y los cordobeses, libres del yugo de los franceses, acudieron a la parroquia de San Pedro a dar gracias a Nuestra Señora de Linares, por haber librado a Córdoba de males mayores, como los ocurridos en otras ciudades y pueblos españoles. Después de cuatro meses de permanencia en la ciudad, el 16 de octubre del citado año de 1808 la imagen volvió a su santuario, acompañada de la de San Fernando.
Cuatro años más tarde, en 1812, la Virgen de Linares volvió a ser trasladada a Córdoba para que ante ella y en la Santa Iglesia Catedral se procediese al juramento de la Constitución. Refiere la crónica que consultamos sobre el particular que "la imagen de la Virgen salió del santuario en la mañana del día 15 de septiembre de dicho año, depositándola en el molino del arroyo de Pedroche, convenientemente arreglado al efecto, donde estuvo hasta las cinco de la tarde, que atravesando el arroyo, fue llevada hasta la casa de la Pólvora, donde se agregó el clero y las cruces parroquiales, siguiendo hasta la Cruz de Roelas, donde fue recibida por el general Echavarri, que la esperaba con una compañía de lanceros y música militar, siguiendo la comitiva hasta la Puerta Nueva, donde se le incorporó la imagen de nuestro Custodio San Rafael, con su hermandad, siguiendo hasta la Catedral en la que entró, luego de ser recibida por el obispo y capitulares, verificándose en la mañana del día 16 la fiesta de la Jura de la Constitución. La Virgen de Linares regresó a su santuario el día 25 de septiembre del citado año de 1812".
En otras varias ocasiones la imagen de Nuestra Señora de Linares fue bajada a la ciudad con motivo de epidemias que asolaban no sólo a Córdoba, sino a Andalucía y España, cuyo relato sería prolijo.
El entorno del santuario
A unos ocho kilómetros de Córdoba siguiendo la carretera de Almadén, por una desviación de la llamada Carrera del Caballo y en un paraje de extraordinaria belleza, se encuentra situado sobre una pequeña colina el santuario de Nuestra Señora de Linares, rodeando a la antigua atalaya agarena en la que mandara colocar el rey Fernando III la imagen de la Virgen Capitana y Conquistadora de la ciudad.
De telón de fondo tiene los ya altos cerros de las primeras estribaciones de Sierra Morena, y rodeando a la ermita, otros cerros más bajos, de los que destaca el llamado Cerro de San Fernando o de Jesús, sobre el que la tradición cuenta que en su cúspide ordenó poner su bandera el Santo Rey, y en el que cada año, con motivo de las fiestas de la romería, se continúa colocando la enseña nacional.
A los pies de la colina corre un sinuoso arroyo, rumoroso en alguno de sus tramos por los roquedales que tiene en su curso, y tranquilo en las balsas que se forman en su recorrido. A ambas márgenes se alza una frondosa alameda, en la que anidan multitud de ruiseñores que lanzan sus sonoros trinos a los cuatro vientos, teniendo al pie de los álamos y a lo largo de todo el curso del arroyo centenares de rosales y flores silvestres, enredaderas y espinos. El resto del paisaje lo forman olivos, pinos y monte bajo en el que crecen jaras y lentiscos, que hacen del entorno del santuario un paraje verdaderamente delicioso y encantador.
A poca distancia de la ermita, con unas panorámicas bellísimas, sobre todo el entorno de la misma, se halla el Puerto de la Salve, lugar desde el cual, al avistar el santuario, los romeros rezan su primera Salve a Nuestra Señora, si bien la tradición cuenta que el nombre lo recibe el lugar "porque allí se detuvieron las tropas de Fernando III, cuando se disponían a venir a la ciudad y que alentadas por el monarca entonaron una Salve a la Virgen de Linares antes de perder de vista la atalaya, tradición que se ha seguido a través de los siglos". Lindando con el santuario está el Camino de la Vegueta, que parte del puente que cruza sobre el arroyo, y las fincas conocidas por San Fernando y Lofuentes o "lo de Fuentes".
Descripición del Santuario
El Santuario es un complejo arquitectónico, basado en un núcleo preexistente, una atalaya o torre vigía, a la que se le fueron adosando hasta constituir una unidad constructiva, con posterioridad, una serie de construcciones: el templo, la hospedería y la vivienda del santero. Todos estos elementos están ensamblados, conformando un único edificio.
La torre, perteneciente a la arquitectura militar islámica del siglo IX, fue, según la tradición, el lugar que eligió el rey Fernando III para que sirviese de primer templo a la Virgen. Es de planta cuadrada, fábrica de mampostería con sillares en las esquinas y dos plantas. La planta baja, incluida dentro del ámbito de la iglesia, constituye el antiguo presbiterio y está cubierta con bóveda de cañón. El templo es de cruz latina con un añadido posterior para formar un ábside. Se compone de atrio con coro alto, una nave, capillas laterales, presbiterio y ábside.
El atrio, de planta rectangular, presenta una puerta exterior con arco de medio punto, recercada por alfiz y cancel de forja. Se cubre con techo plano y en los muros se conservan algunos exvotos. La portada Interior de acceso a la nave es de piedra caliza, con un arco apuntado cuya clave lleva tallado el emblema de Linares, se apoya en unas jambas de piedra que terminan en una imposta de la que arrancan tanto el arco como el alfiz. Todos estos elementos arquitectónicos tienen una moldura de perfilería gótica.
Junto a la portada, en planta alta, se desarrolla el coro, de planta rectangular, abierta a la nave de la iglesia con un arco deprimido rectilíneo y una barandilla de balaustres de madera.
La nave es de planta rectangular alargada y no muy regular, con dos brazos abiertos a la nave central por arcos apuntados y capillas laterales decoradas con retablos. Lo más sobresaliente de este espacio es la colección de pintura con obras de Antonio del Castillo o Juan de Alfaros y otras de Zambrano, Sarabia y anónimos cordobeses del siglo XVII.
A la derecha, existe una capilla de planta rectangular cubierta con bóveda de arista y tres altares, uno de ellos con la imagen de San Fernando, obra del artista cordobés Lorenzo Cano, de poco relieve artístico; en otro altar está la imagen de San José, atribuida al padre trapense Webber, y el tercero tiene una imagen de San Rafael, de artista desconocido, que algunos autores aseguran que fue la que estuvo en la primera iglesia del Juramento hasta que fue sustituida por la actual, del escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval.
A la izquierda, otra capilla de planta rectangular cubierta con bóveda de cañón con lunetos y con dos altares, uno de ellos con la imagen de Jesús Nazareno de bastante valor artístico, cuya procedencia se cree que sea del desaparecido convento de las Dueñas; durante muchos años tuvo una hermandad que en los días de Semana Santa rezaba, procesionando a la imagen, un vía crucis hasta el monte cercano, que desde entonces se conoce por Cerro de Jesús. El retablo tiene una inscripción en la que se dice que fue dorado y pintado a expensas de don Pedro de Heredia en el año 1801. En el siguiente testero se venera una imagen de vestir de Nuestra Señora de los Dolores, de autor desconocido, si bien la expresión de su rostro refleja con bastante acierto el significado de su advocación.
Finaliza la nave en un arco apuntado cuya rosca es de piedra arenisca y conecta con un tramo más estrecho, que corresponde al torreón. Era el antiguo presbiterio. Se cubre con bóveda de cañón. El ábside conecta con el tramo anterior, es de forma semicircular cubierta con una cúpula sencilla y en su paramento se abren cinco ventanas apuntadas. Este espacio está presidido por un templete neoclásico que cobija la talla de la Virgen de Linares. Es de planta circular con columnas corintias que sostienen una cúpula.
Desde el lado derecho del templo se accede a la sacristía, donde se encuentra el exvoto más antiguo, fechado el 1717. También anexa al muro derecho se ubica la casa del santero, con dos plantas. En la parte izquierda se encuentra parte de la antigua hospedería.
La fachada principal del santuario reproduce los esquemas de casas de campo de los siglos XVIII y XIX, con un marcado carácter popular. Presenta, en primer lugar, el muro de cerramiento de la antigua hospedería en la que se abran cuatro arcos de medio punto. La del templo es de dos plantas. En planta baja, hay dos puertas adinteladas con marco de listel y en el centro un vano de arco de medio punto y un rehundido de alfiz, la entrada Interior del templo. En planta alta existen tres balcones sencillos y cubierta con tejado de un agua. Tras él se eleva un parapeto curvilíneo del que sale la espadaña, de dos cuerpos, el bajo con dos arcos de medio punto entre pilastras y el segundo con un arco de campana que termina en una cornisa con copete central. Fue construida en 1862.
En resumen, el aspecto de esta construcción es el de un caserío rural andaluz más que un edificio religioso, pero, por su complejidad, no presenta la apariencia de ermita rural.
Este Santuario se convierte en el centro de una serie de actividades y ritos religiosos dedicados a la Virgen de Linares (romería, ofrenda de flores...), de amplio eco en la sociedad cordobesa. De aquí la importancia de sus valores etnológicos.
Restauraciones de la ermita
Solamente vamos a referirnos en este capítulo a las restauraciones más importantes llevadas a cabo en la ermita, algunas de las cuales ya se han reseñado anteriormente. Pero no podemos obviar la primera ampliación que se hizo en la misma en época del obispo Lope de Fitero, ni las que se hicieron, posteriormente, en 1519, "por estar arruinado el edificio".
Con obras de mayor o menor cuantía que hubieron de efectuarse, se llegó hasta el año 1862, fecha en que se construyó el campanario, al que ya nos hemos referido, de dos cuerpos. En la parte superior se colocó una pequeña campana que estuvo en principio colgada entre las almenas de la antigua atalaya y se le puso el nombre de Santa María de Linares. Esta campana fue sustituida por otra que se hizo en 1691, fecha que consta con su nombre en el bronce de la misma. De las otras dos campanas, una procede de una ermita de Aguilar de la Frontera; se hizo en el año 1702 y tiene los nombre de Jesús, María y José. Y por último, la tercera campana, que es la mayor, pesa 244 libras y fue bautizada en la iglesia del convento de Santa Victoria con los nombres de Acisclo, Victoria de San Rafael, quedando colocada en la espadaña el 28 de junio de 1863.
Pero la obra más interesante de las llevadas a cabo en el santuario de Linares tal vez sea la de la construcción de un camarín para la Virgen. De la descripción de esta obra dice Redel que "el 28 de marzo de 1867 acordó definitivamente la Hermandad que se procediera a la obra derribando el retablo y altar mayor, así como cuanto fuere necesario, aunque respetando siempre la forma del castillo. Al efecto, el día 31 del mismo mes fue una comisión de socios al santuario, trasladó la santa imagen de la Virgen al altar de San Fernando y quitando el antiguo retablo, quedó patente, dice un testigo presencial, el primitivo nicho u hornacina toscamente excavada en el muro y lugar céntrico de la torre, formando un
hueco exactamente igual al bulto de la Santísima Imagen, con un hierro a su cabeza : que manifiesta a la vez el lugar donde al ser traída fue colocada y permaneció los primeros tiempos, y la lámpara que, pendiente del hierro, perpetuamente la alumbraba".
El camarín fue construido a pesar de las dificultades sufridas, como carencia de medios económicos y, especialmente, un voraz incendio ocurrido el 27 de abril de 1882, que inutilizó varias dependencias del santuario, que fue necesario reedificar. El día 19 de febrero de 1905, a pesar de que la imagen de Nuestra Señora se hallaba en Córdoba, se procedió a la bendición del camarín, que presentaba cinco artísticos ventanales con vidrieras de colores que llenan de luz el altar, el presbiterio y parte de la iglesia, desapareciendo la penumbra que hasta entonces reinaba en la misma.
SALVE A NUESTRA SEÑORA DE LINARES
Dios te salve, Virgen Pura.
Reina del Cielo y la Tierra;
Madre de misecordia,
De gracia pureza inmensa,
Vida y dulzura, en quien vive
Toda la esperenza nuestra
A tí, Reina suspiramos,
Gimiendo y llorando penas,
En aqueste triste valle
De lágrimas y miserias
Ea, pues Dulce Señora,
Madre y abogada nuestra,
Esos tus hermosos ojos
A nosotros siempre vuelvas
Y a Jesús, fruto bendito
De tu vientre hermosa perla.
Después de aqueste destierro
En el Cielo nos le muestra.
¡ Oh clementísima Aurora !
¡Oh piadosísisma Reina !
¡ Oh dulce Virgen María
de Linares Madre Nuestra !
Pues eres Reina del Cielo,
Alcanzad de vuestro Hijo
La salud para este pueblo,
para que todos te alaben
el la tierra y en el Cielo.
(fuente: www.virgendelinares.com)