Patrona de Cocharcas, Apurímac, su festividad se celebra el 8 de setiembre.
El protagonista de esta historia es un indio sencillo, natural de San Pedro de Cocharcas, de la parcialidad de los cajamarcas. Se llamaba Sebastián Quimichi, tenía veintitrés años cuando le ocurrió un accidente que ocasionó todos los sucesos que siguieron después y formaron, por así decirlo, la trama de su vida.
En la víspera del día de San Pedro, patrono de su pueblo, en medio de ruidosas celebraciones, uno de sus compañeros le atravesó la muñeca con una penca de maguey encendida. Lo hizo con tanta violencia que algunas astillas se le clavaron profundamente y pese a los cuidados de una mujer del pueblo, experta en curar hasta las más terribles heridas del alma, no pudo volver a usar correctamente su mano.
Viéndose lisiado y malquerido en su propia casa, porque su mal le impedía ayudar a sus padres eficazmente en el trabajo, resolvió viajar al Cusco y buscarse allí la vida.
En la Ciudad Imperial lo acogieron otros indios pobres que mendigaban un plato de sopa en el colegio de la Compañía de Jesús y, a cambio, eran adoctrinados en la fe católica. Allí supo de los labios de una india palla llamada Inés que en el Collao la Virgen tenía un santuario ya famoso por los milagros que en él habían sucedido. Ella también había acudido hacía buen tiempo, deseosa de alcanzar un remedio a sus terribles dolencias y, claro, había sanado.
Lo primero que hizo Sebastián fue consultar su plan con el padre Gregorio Cisneros, su confesor. Éste lo animó a ponerse en marcha y así enrumbó, feliz y sin mayores preocupaciones. Sin pausa y con prisa el buen hombre se trasladó a Copacabana cargado de esperanzas. Iba a pie y siguiendo una vieja ruta transitada por viajeros desde tiempos inmemoriales. Así pasó de uno a otro pueblo hasta llegar a Pucará, donde se detuvo a pasar la noche. En medio del sueño sintió que lo despertaban suavemente y, al incorporarse, vio con alegría que su mano estaba completamente sana. No había huella alguna de las viejas y desagradables heridas y su piel estaba tan lozana como si nunca hubiese tenido un accidente y fuese un chiquillo.
Con más aliento e ímpetu que nunca prosiguió su peregrinación, llevado no ya por el deseo de recobrar la salud sino por las ansias de agradecerle a la Santísima Virgen el milagro que le había concedido.
Al traspasar los umbrales del Santuario sintió que un gozo y una paz indefinibles se apoderaban de su alma y, postrándose reverente ante el altar de María, dejó que sus ojos le dijesen con lágrimas cuánta era la gratitud de su corazón. En ese mismo instante fue cuando elucubró el proyecto de adquirir una copia de la venerada imagen, con el objeto de conducirla a su pueblo natal y promover su culto. Es así como la Virgen de la Candelaria llegó a Cocharcas.
La imagen de la Virgen de Cocharcas es una talla de madera estofada con pan de oro, del siglo XVI. Es una imagen de 1.40 metros de alto, está asentada en una peana de plata. En su brazo izquierdo carga al niño, en el derecho lleva una canastilla con cuatro ramas de olivo y una vela en la mano. La imagen, es una réplica de la Virgen de Copacabana - Bolivia, conocida también como la Virgen de la Purificación o de la Candelaria.
Nuestra Señora de Cocharcas fue Coronada Canonicamente el 8 de Setiembre de 1946 durante el Congreso Mariano de Cocharcas.
(fuente: www.advocaciones.org)
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