Fue el primer Santuario dedicado a la Virgen María en América. Del primer Santuario la fecha exacta de su construcción se desconoce. En 1512 el Obispo García de Padilla erigió la parroquia de Higüey al mismo tiempo que se erigía la Catedral de Santo Domingo.
Según el cronista Alcocer, que escribió en 1680, el culto de Nuestra Sra. de la Altagracia fue introducido en la isla por Alonso y Antonio de Trejo, naturales de Placencia, Extremadura, España, quienes vivían en Higüey ya en el año 1514.
La primitiva iglesia era de madera; fue destruida por un fuego, lo que dio lugar a la construcción del Santuario de piedra que ha estado en uso hasta ahora. El 21 de agosto de 1881 fue arruinado por un temblor de tierra; luego se reconstruyó con las limosnas de los higüeyanos.
El templo, o sea, el antiguo Santuario, fue comenzado en el año 1569 por obra de Simón de Bolívar, antepasado directo del Libertador de América del Sur, y fue terminado por Alonso de Peña en 1572. Esta sólida construcción ha resistido inmóvil como una roca toda inclemencia del tiempo.
Tiene una sola nave sobria, con techo en forma de bóveda, que sostienen cinco arcos de elegante sencillez y robustez. La cúpula forma una media naranja completa y una concha cobija el sitio que ocupa el altar mayor. Una estrella formada de piedra es la decoración de la cúpula; en los arcos lucen incrustaciones de series de rosetones.
El altar mayor, en cuyo centro se destaca el nicho de plata que ha guardado el Santo Retablo, es obra del siglo XVI, magnífica, ejecutada en rica caoba tallada a mano. La mesa del altar luce un artístico frontal de plata, metal que cubre también la grada y el Sagrario. La parte anterior es sencilla, así como la torre o campanario de escasa elevación.
Una tradición respetable refiere que la Virgen llegó a Higüey de una manera milagrosa, siendo el premio de Dios otorgado a una niña de Higüey, la cual la pidió insistentemente a su padre después de verla en sueño. El padre recibió la imagen de un anciano desconocido en una posada al regresar a su casa, de un viaje a Santo Domingo.
La fiesta anual del Santuario se celebra el 21 de enero. Esta fiesta tiene su origen en un voto que hicieron los soldados de la región Oriental de la Isla el 21 de enero de 1691, durante el combate de Sabana Real o Limonade en la frontera con la colonia de Haití.
La imagen auténtica de María, es un lienzo que representa de manera admirable su maternidad divina, está rodeada de un marco de oro y plata, incrustado de piedras preciosas, destacándose unas ricas esmeraldas rodeadas de brillantes, que su Santidad Pío X regaló al Arzobispo Nouel, pero que éste donó a la Virgen. En el Santuario hay otros objetos de valor; una gigantesca y artística custodia de la era colonial y, un elegante trono de plata con incrustaciones y campanillas de oro del año 1811, usado para sacar en procesiones del Santuario el Sagrado Cuadro; un vistoso guión de plata obsequio del presidente de la "REAL ACADEMIA DE SANTO DOMINGO", en el año 1737, etc.
Hoy la joya de mayor valor histórico, religioso, espiritual y material con que cuenta el Santuario es la hermosa corona de oro y piedras preciosas rematadas en una cruz de diamantes que sostienen dos ángeles de plata dorada de siete Kls. de peso, que fue donada por el pueblo dominicano a la Virgen "Para su Canónica y Pontificia Coronación", celebrada en el altar de la Patria el 15 de agosto de 1922.
BASÍLICA:
Lanzada la idea por un sacerdote dominicano de la necesidad de la construcción de un suntuoso templo en la Villa de Higüey que sustituyera el humilde y vetusto santuario, que desde cuatro siglos había albergado a millares de peregrinos de todo el mundo, el pueblo acogió con inusitado entusiasmo esa feliz iniciativa que el gobierno apoyó y patrocinó con la creación de una junta Nacional Colectora Pro Basílica y una "Junta Erectora" encargada de la parte técnica y administrativa para esa construcción.
El proyecto de la Basílica se sometió a un concurso internacional en el cual tomaron parte arquitectos e ingenieros de doce países: Santo Domingo, Cuba, Ecuador, Haití, Paraguay, Perú, Bélgica, España, Francia, Holanda e Italia. Después de un estricto y minucioso estudio de los proyectos. El jurado seleccionó y premió el presentado por los arquitectos franceses A. Dunoyer de Segonzac y Pierre Dupré.
La primera piedra de la Basílica fue bendecida por el Arzobispo Mons. Octavio A. Beras el 21 de enero de 1952. La obra está edificada sobre un área de 4680 mts. cuadrados. El carácter moderno del templo constituye una línea audaz y elevada dentro de la arquitectura moderna. El arco principal del templo se eleva a 80 mts. El interior está constituido por una nave principal y crucero cubierto por un conjunto de bóvedas que penetran para reforzarse y escalonarse majestuosamente.
Las capillas de las naves laterales del presbiterio están dedicadas a los oficios divinos, el presbiterio secundario al camarín de la Virgen por donde desfilan los peregrinos para venerar la Sagrada Imagen. El Sagrado Cuadro descansa en un simbólico naranjo confeccionado en caoba, plata y oro, obra del conocido escultor Antonio Prats Ventos.
El interior del templo tiene capacidad para 3,000 personas y en la parte externa hay amplias galerías cubiertas al amparo del sol y de la lluvia que pueden dar protección al peregrino.
Hermosos vitrales y decoraciones originales realzan la belleza de la obra arquitectónica, unida a las artísticas pinturas murales y a la voz múltiple del órgano. El conjunto del templo, atrio, pórtico, sacristía, patio y jardín abarca un área de 40,000 mts. cuadrados.
La Basílica está situada así: Al este se hallan los principales edificios públicos formando la Avenida en cuyas líneas se encuentra el Santuario y la mayor parte de la ciudad.
Al norte se encuentran Villa Nazaret, el Hospital Provincial y el Colegio de Ntra. Sra. de la Altagracia.
Al oeste está la entrada de Higüey, cuya avenida está entre el hotel "El Naranjo" y la Escuela Juan XXIII.
Al sur se encuentran el ensanche el Naranjo, el Liceo Secundario, la Escuela Hermanos Trejo y el Cuartel del Ejército Nacional.
NUESTRA SEÑORA DE LA ALTAGRACIA
Por Monseñor Ramón de la Rosa y Carpio
Tercer Obispo de la Diócesis de la Altagracia, Higüey
Introducción
Nuestra intención, al ofrecer esta publicación, no es presentar un trabajo exhaustivo de la historia, la devoción y la teología sobre la Virgen de la Altagracia. Queremos solamente poner en las manos de todos un breve y bien fundamentado estudio que sea útil para introducir en la historia y en la lectura de la Imagen de Nuestra Señora de la Altagracia. Es el primer resumen publicado de una amplia investigación para mi tesis sobre “La imagen de Nuestra Señora de la Alta gracia de Higuey: Iconografía, Teología y Pastoral”.
Desde hace mucho tiempo acaricié la idea de que los frutos de mi labor investigativa sobre la Imagen de la Altagracia acompañaran a la misma Imagen en los años de preparación y celebración del Gran Jubileo de la Encarnación y Nacimiento de Jesucristo, Redentor del hombre.
La ocasión ha sido propicia al entregar en acto solemne la reproducción exclusiva de la Imagen altagraciana de Higuey realizada por los talleres FAITA de Mallorca y sus artesanos, y empezar a colocarlas en catedrales, parroquias, hogares e instituciones diversas en República Dominicana, Haití, Estados Unidos y en general en otros países donde residen devotos de la Virgen, inaugurando así desde la Basílica la etapa preparativa del Gran Jubileo del año 2000. María fue la preparación inmediata del Nacimiento del Salvador.
Sea esta publicación un homenaje y un acto de agradecimiento al Papa Juan Pablo ll, que motivaba con la meta del año jubilar y que bendijo en Roma la edición limitada de 1,500 reproducciones de la Altagracia en lienzo texturizado; a los Obispos de la Conferencia del Episcopado Dominicano, que dieron su aval a este proyecto y lo hicieron suyo; al Banco Popular Dominicano, que lo auspició y lo apoyó generosamente; a la empresa Barceló, en Bávaro, que nos puso en contacto con los fotógrafo mallorquines; a tantas personas apreciadas y amadas que, desde la gratuidad y el silencio sostuvieron mi investigación, secundaron mi labor y se alegran ahora con la entrega de este primer resumen de la misma.
Esta tarea –difusión de la Imagen y una publicación sobre ella- se coloca en la línea de la pastoral alta graciana encaminada por mis ilustres predecesores, Mons. Juan F. Pepén Solimán y Mons. Hugo E. Polanco Brito, dando así continuidad a su obra y buscando seguir sus huellas.
En el fondo de esta variada acción de ayer y hoy, en la que participaron tantos de diversas maneras con gran dedicación, hay una cosa común a todos: el amor y la gratitud a la Virgen de Altagracia.
1- Origen de la Imagen y devoción Altagraciana en la Isla de Santo Domingo
Sobre la presencia de la Imagen de la Altagracia en Higuey y los comienzos de su extendida devoción entre los dominicanos podemos recordar los siguientes datos:
1. La Imagen de la Altagracia (óleo sobre lienzo de fines del siglo xv o a comienzos del siglo xv ) y la villa de Salvaleón de Higuey están unidos casi desde la fundación de ésta hacia 1506.
Prácticamente han hecho historia común. También en la ciudad de Santo Domingo el culto y la devoción a la Altagracia es muy antiguo. Algunos historiadores opinan que la capilla de la Altagracia, ligada al hospital de San Nicolás de Bari, primero de la Isla del Nuevo Mundo, del que se conservan algunas ruinas en la calle Hostos de la capital, se remonta a los primeros años de la colonia, a la misma época de la Altagracia de Higuey. Esta capilla desapareció. Allí se ha edificado la actual iglesia capitalina con el mismo nombre de Altagracia.
2. En la memoria de los higueyanos se conserva la tradición de que el Santuario Viejo está construido donde estuvo plantado el naranjo, en el que apareció la Virgen. Como nativo de Higuey, recuerdo que detrás del templo hay un lugar donde siempre vi, desde pequeño, un naranjo. Cuando se secaba uno se sembraba el otro. Nadie sabe cuando ni quien empezó esta costumbre. Sólo se sabe que “así se había hecho siempre”, “de tiempo inmemorial”.
3. En un documento de 1650, escrito por el canónigo dominicano Jerónimo de Alcocer, se dice que es sabido por todos que la Imagen fue llevada a Higuey por los hermanos Antonio y Alonso Trejo. Consta por otra parte, que en 1914 los Trejo ya estaban en Higuey. Este documento fue encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid por el historiador Emilio Rodríguez Demorizi y publicado por él, en el 1942 (ver apéndice num. 1). El pueblo dominicano había perdido la conciencia de la relación de los Trejo con la Altagracia.
4. Se conservaba, sin embargo, en la memoria de los dominicanos una narración que se llama generalmente “la leyenda de la Altagracia”. Hay diferentes versiones de dicha leyenda, que no coinciden en todos los detalles, pero sí en sus afirmaciones de fondo.
He aquí el fondo del relato popular: la Imagen de la Altagracia le fue dada por un anciano, de manera casi milagrosa, a un padre para su hija, que le había pedido se la trajera de la Capital. La Imagen desapareció de la casa y se apareció en un naranjo. La retomaron a la casa, pero el hecho se repitió varias veces: desaparición de la casa y aparición en el naranjo.
La gente interpretó este acontecimiento como un deseo de la Virgen para que se le colocara en la ermita parroquial; y así se hizo. Al ir aumentando el número de peregrinos visitantes, se construyó un templo más grande, consagrado en 1572 (el llamado Santuario Antiguo) y luego la actual Basílica inaugurada en 1971 y consagrada en 1972.
La primera versión escrita que conservamos de la leyenda es de 1698. Este documento tampoco se conocía. Fue encontrado por el Lic. Bernardo Vega en los archivos del Museo Británico y hecho público por el en 1985. Las otras versiones escritas, recogidas de la tradición oral, son de principio de este siglo; entre ellas se pueden notar las de Rafael Deligne Juan Elías Moscoso (ver apéndice núm. 2). También Mons. Juan Felíx Pepén, nativo de Higuey y su primer obispo, la relata en su libro “Donde floreció el naranjo”.
5. La devoción altagraciana es conocida en España desde muy antiguo, en la región de Extremadura, donde hay santuarios en su honor. De Extremadura, precisamente son originarios los hermanos Trejo. Se sabe que muchos extremeños llevaron consigo la Altagracia donde quiera que iban; y de hecho a lo largo y a lo ancho de la geografía latinoamericana hay muchas capillas y parroquias dedicada a la Altagracia, que no nacieron por la influencia de la Altagracia de Higüey.
Conclusiones
La historia de los Trejo y la narración del anciano, el padre y la hija parecen contradecirse. ¿Cuál de ellas es la verdadera?
Juntándolas las dos podemos encontrar la verdad completa.
I. La historia de los Trejo aparece, aparece a todas luces, lógica: ellos vienen de Extremadura; allí es popular la Altagracia; se sabe que al dejar la patria cada uno lleva consigo la devoción popular de su región; estos dos hermanos se establecieron en el Higuey de la Isla Espa ñola; allí llevaron la imagen de su devoción, la Altagracia.
Los historiadores aceptan estos datos y en ellos encuentra el origen de la imagen de la Altagracia de Higuey.
Pero esta historia precisa y exacta es incompleta. No nos da razón de otro hecho también histórico: ¿Cómo se explica que habiendo otras imágenes de la Altagracia y de otras advocaciones en la isla precisamente la del lejano Higuey cautivara la devoción y el amor de los dominicanos? Hay aquí algo maravilloso, extraordinario, venido departe de Dios, que el pueblo dominicano conoce muy bien, que no es recogido por la historia de los Trejo, pero sí en la narración que se transmitió oralmente de generación a generación. Hay verdades de la vida de los pueblos que saben recoger mejor las leyendas que sus historias críticas.
II. Hoy la mayoría de los científicos coinciden en afirmar que “las leyendas”y “los mitos”son maneras de contar la historia y que no se pueden rechazar simplemente como falsos. Hay en ellos verdades dichas de una manera diferente a la de la historia crítica y racional. No todos los detalles de una leyenda son verdaderos, sino su fondo y su conjunto. De ahí que hay que dar a cada leyenda su valor y descubrir en ellas í que hay que dar a cada leyenda su valor y descubrir en ellas las verdades que encierran con un estilo poético maravilloso, encantador y fascinante, que no es el propio de la historia exacta y precisa, a veces seca y fría.
Así en la narración popular de la Altagracia aparece el dato de su aparición en un naranjo. Detrás de la devoción altagraciana hay, pues, un hecho extraordinario que se va a expresar y a multiplicar en muchos y variados milagros a lo largo de toda la isla y toda la historia de los dominicanos. Todos los días llegan a la Basílica testimonios de estas acciones divinas extraordinarias. Son tantas que casi se han hecho normales y tal vez por ser muchas, la mayoría no se anotan.
La Altagracia de Higuey es, por tanto, una Imagen marcada por algo fuera de lo común, histórica y realmente milagrosa. Es la experiencia de todo un pieblo. La historia de los Trejo no explica este origen; la leyenda sí.
¿Y qué manera más hermosa de decir que la Altagracia es un regalo extraordinario de Dios al pueblo dominicano y a sus descendientes que aquella de la narración popular altagraciana?
He aquí una lectura apropiada de ella:
Un anciano misterioso, que nadie supo de donde vino y que se hizo invisible luego de su acción (es decir, Dios), regaló a un padre (es decir al pueblo dominicano) la Virgen de la Altagracia, que este padre, a su vez, entregó a su hija (es decir, a sus descendientes).El regalo (la Virgen de Dios) es milagroso: desapareció y apareció en un naranjo (es decir Dios hace maravillas a través de él). Llevado de nuevo a la casa de la familia, no se queda allí, repite su presencia en el naranjo: es decir, la Altagracia no es de una sola familia, sino de todas. Es la madre espiritual de los dominicanos, es la madre común que los acompaña, los unifica, los ama y les concede bienes (“milagros”).
Sin la leyenda, la historia de los Trejo, evidentemente, no nos explica por qué la Altagracia está tan profundamente enraizada en el alma de los dominicanos; pero sin los Trejo la leyenda carece de su fundamento último, el lógico y natural, que Dios siempre tiene en cuenta: la Imagen no bajó del cielo, sino que vino de alguna parte de la tierra.
Quedémonos, pues, con la historia de los hermanos Trejo y la leyenda popular. Las dos juntas nos pueden dar la historia completa del origen de la devoción y del culto altagraciano.
III. Valor e Importancia de las Imágenes
Las imágenes son tan antiguas como la humanidad. Son parte de la estructura básica del ser humano y no se puede prescindir de ellas. Más aún: cuando una determinada época se las menosprecia y deja de lado, los hombres de ese tiempo o una parte de ellos se empobrecen y se secan. Hay en las imágenes una riqueza, una frescura y una vida que no se encuentra en la sola palabra ni la razón llega a captar del todo.
Es una dimensión tan clara y tan fuerte en el ser humano que en transcurso de su historia, repetidas veces, él mismo ha elevado a la categoría de “dioses”a sus imágenes, como elevó a “dioses”a héroes y reyes, a criaturas irraciona-les e inanimadas (Romanos 1, 24-25), al dinero y a la codicia (colosenses 3,5). Esta desviación debió ser corregida en múltiples ocasiones para colocar la imagen en el puesto que le corresponde y darle el valor que Dios creador le ha asignado, como uno de los recursos con los que ha dotado a su criatura principal, el hombre. O, al revés, continuamente han existido corrientes iconoclastas que buscan destruir cada imagen. Eso siempre ha sido un error que ha terminado haciendo mucho daño a los pueblos e incluso a sus propios propulsores.
Junto a la realidad y al concepto de la imagen se presentan otras realidades y conceptos estrechamente unidos a ella: signo, símbolos, lenguaje, comunicación.
En los tiempos modernos la importancia y valor de este conjunto de realidades han sido puesto sobre el tapete de manera vigorosa. Esa valoración se ha concretizado en la aparición de múltiples estudios sobre ellas y de la “semiótica”o “semiología,”como ciencia que se interesa de manera particular en los mismos.
Imágenes, signos, símbolos, lenguaje, comunicación no sólo importan a la “semiótica”o “semiología.”Otras muchas ciencias tienen que ver con ellos: la psicología, la religión, en fin, el conjunto de ciencia que tratan al hombre.
En cuanto a las imágenes sagradas pintadas, hay que decir que ellas comunican en colores aquello que la palabra anuncia en letras escritas. Son, en verdad, catequesis dichas en símbolo y con colores. Ya en el año 600 el Papa San Gregorio Magno insistía en el carácter didáctico de las pinturas de la iglesia, útiles para que los iletrados, mi- rándolas, puedan leer al menos en ellas lo que no pueden leer en los libros.
Toda imagen –también de la Virgen y de los santos- hace referencia a Cristo y habla de El, porque El es la “Imagen del Dios invisible”y porque El restauró la “imagen de Dios ”en el hombre, perdida por el pecado.
Hacemos Imágenes porque Cristo es Imagen de Dios, porque se ha hecho hombre, porque todo ser humano es imagen del hijo de Dios y porque esa imagen en el hombre, alterada desde Adán, ha sido restituida por Cristo.
En la Virgen y en los Santos es donde se da esa restauración de la imagen de Dios en los hombres en su más alto grado. En ellos Cristo es glorificado. Son muestras del triunfo del evangelio. Una imagen (icono) de la madre de Dios o de un Santo quiere ser, ante todo, una afirmación de la victoria del hijo de Dios encarnado, redimiendo, restaurando y recapitulando todas las cosas en El. Una Imagen, ciertamente, transmite otros muchos mensajes, pero todos ellos se refieren a Jesucristo. Al venerar cualquier imagen sagrada, veneramos siempre a Cristo.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Higüey, República Dominicana
Lunes 12 de octubre de 1992
“Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4, 4).
1. Estas palabras del apóstol san Pablo, queridos hermanos y hermanas, nos introducen en el misterio de aquella Mujer, llena de gracia y de bondad, a quien, generación tras generación, los dominicanos han venido a honrar a esta Basílica donde hoy nos congregamos.
Desde el lejano 1514, la presencia vigilante y amorosa de Nuestra Señora de la Altagracia ha acompañado ininterrumpidamente a los queridos hijos de esta noble Nación, haciendo brotar en sus corazones, con la luz y la gracia de su divino Hijo, la inmensa riqueza de la vida cristiana.
En mi peregrinación a esta Basílica, quiero abrazar con el amor que irradia de nuestra Madre del cielo, a todos y cada uno de los aquí presentes y a cuantos están unidos espiritualmente a nosotros a lo largo y a lo ancho del País. Mi saludo fraterno se dirige a todos mis Hermanos en el Episcopado que me acompañan y, en particular, a los queridos Obispos de la República Dominicana, que con tanta dedicación y premura han preparado mi visita pastoral.
Y desde esta Basílica mariana –que es como el corazón espiritual de esta isla, a la que hace quinientos años llegaron los predicadores del Evangelio– deseo expresar mi agradecimiento y afecto a los Pastores y fieles de cada una de las diócesis de la República, comenzando por la de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey, donde nos hallamos. Mi reconocimiento, hecho plegaria, va igualmente a la Arquidiócesis de Santo Domingo, a su Pastor y Obispos Auxiliares. Mi saludo entrañable también a las diócesis de Bani, Barahona, La Vega, Mao–Monte Cristi con sus respectivos Obispos. Paz y bendición a los Pastores y fieles de San Francisco de Macorís, Santiago de los Caballeros y San Juan de la Maguana. Un recuerdo particular, lleno de afecto y agradecimiento, va a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás agentes de pastoral que, con generosidad y sacrificio, dedican sus vidas a la obra de la nueva evangelización.
2. Celebramos, amados hermanos y hermanas, la llegada del mensaje de salvación a este continente. Así estaba predestinado en el designio del Padre que, al llegar la plenitud de los tiempos, nos envió a su Hijo, nacido de mujer (cf. Ga 4, 4), como hemos oído en la segunda lectura de la Santa Misa.
Dios está fuera y por encima del tiempo, pues Él es la eternidad misma en el misterio inefable de la Trinidad divina. Pero Dios, para hacerse cercano al hombre, ha querido entrar en el tiempo, en la historia humana; naciendo de una mujer se ha convertido en el Enmanuel, Dios–con–nosotros, como lo anunció el profeta Isaías. Y el apóstol Pablo concluye que, con la venida del Salvador, el tiempo humano llega a su plenitud, pues en Cristo la historia adquiere su dimensión de eternidad.
Como profesamos en el Credo, la segunda persona de la Santísima Trinidad “se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo”. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti –dice el ángel a María– y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). Con el “sí” de la Virgen de Nazaret llega a su plenitud y cumplimiento la profecía de Isaías sobre el Enmanuel, el Dios–con–nosotros, el Salvador del mundo.
Junto con el ángel Gabriel proclamamos a María llena de gracia en este Santuario de Higüey, que está bajo la advocación de la Altagracia, y que es el primer lugar de culto mariano conocido erigido en tierras de América. Todo cuanto se ve en el cuadro bendito que representa a nuestra Señora de la Altagracia es expresión limpia y pura de lo que el Evangelio nos dice sobre el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.
A la sombra de este templo se ha formado un pueblo en fusión de razas y culturas, de anhelos y esperanzas, de éxitos y de fracasos, de alegrías y tristezas. El pueblo dominicano ha nacido bajo el signo de la Virgen Madre, que lo ha protegido a lo largo de su caminar en la historia. Como consta en los anales de esta Nación, a este lugar santo han acudido a buscar valor y fuerza los forjadores de la nacionalidad; inspiración los poetas, los escritores y los sabios; aliento los hombres de trabajo; consuelo los afligidos, los enfermos, los abandonados; perdón los arrepentidos; gracia y virtud los que sienten la urgencia de ser santos. Y todos ellos, bajo el manto de la Altagracia, la llena de gracia.
3. Este Santuario, amadísimos dominicanos, es la casa donde la Santísima Virgen ha querido quedarse entre vosotros como madre llena de ternura, dispuesta siempre a compartir el dolor y el gozo de este pueblo. A su maternal protección encomiendo todas las familias de esta bendita tierra para que reine el amor y la paz entre todos sus miembros. La grandeza y la responsabilidad de la familia están en ser la primera comunidad de vida y amor; el primer ambiente donde los jóvenes aprenden a amar y a sentirse amados. Cada familia ha recibido de Dios la misión de ser “la célula primera y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11) y está llamada a construir día a día su felicidad en la comunión. Como en todo tejido vivo, la salud y el vigor de la sociedad depende de cómo sean las familias que la integran. Por ello, es también responsabilidad de los poderes públicos el favorecer la institución familiar, reforzando su estabilidad y tutelando sus derechos. Vuestro país no puede renunciar a su tradición de respeto y apoyo decidido a aquellos valores que, cultivados en el núcleo familiar, son factor determinante en el desarrollo moral de sus relaciones sociales, y forman el tejido de una sociedad que pretende ser sólidamente humana y cristiana.
Es responsabilidad vuestra, padres y madres cristianos, formar y mantener hogares donde se cultiven y vivan los valores del Evangelio. Pero, ¡cuántos signos de muerte y desamor marcan a nuestra sociedad! ¡Cuántos atentados a la fidelidad matrimonial y al misterio de la vida! No os dejéis seducir, esposos cristianos, por el fácil recurso al divorcio. No permitáis que se ultraje la llama de la vida. El auténtico amor dentro de la comunión matrimonial se manifiesta necesariamente en una actitud positiva ante la vida. El anticoncepcionismo es una falsificación del amor conyugal que convierte el don de participar en la acción creadora de Dios en una mera convergencia de egoísmos mezquinos (Familiaris consortio, 30 y 32). Y, ¿cómo no repetir una vez más en esta circunstancia que si no se pueden poner obstáculos a la vida, menos aún se puede eliminar impunemente a los aún no nacidos, como se hace con el aborto?
Por su parte, los esposos cristianos, en virtud de su bautismo y confirmación y por la fuerza sacramental del matrimonio, tienen que transmitir la fe y ser fermento de transformación en la sociedad. Vosotros, padres y madres de familia, habéis de ser los primeros catequistas y educadores de vuestros hijos en el amor. Si no se aprende a amar y a orar en familia, difícilmente se podrá superar después ese vacío. ¡Con cuánto fervor imploro a Dios que las jóvenes y los jóvenes dominicanos encuentren en sus hogares el testimonio cristiano que avive su fe y les sostenga en los momentos de dificultad o de crisis!
4. ¡Jóvenes dominicanos!, pido a Nuestra Señora de la Altagracia que os fortalezca en la fe, que os conduzca a Jesucristo porque sólo en Él encontraréis respuesta a vuestras inquietudes y anhelos; sólo Él puede apagar la sed de vuestros corazones. La fe cristiana nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa; que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre; que vale la pena sacrificarse para que triunfe la civilización del amor. Sois los jóvenes del continente de la esperanza. Que las dificultades que os toca vivir no sean un obstáculo al amor, a la generosidad, sino más bien un desafío a vuestra voluntad de servicio. Habéis de ser fuertes y valientes, lúcidos y perseverantes. No os dejéis seducir por el hedonismo, la evasión, la droga, la violencia y las mil razones que aparentan justificarlas. Sois los jóvenes que caminan hacia el tercer milenio cristiano y debéis prepararos para ser los hombres y mujeres del futuro, responsables y activos en las estructuras sociales, económicas, culturales, políticas y eclesiales de vuestro país para que, informadas por el espíritu de Cristo y por vuestro ingenio en conseguir soluciones originales, contribuyáis a alcanzar un desarrollo cada vez más humano y más cristiano.
5. Encontrándome en esta zona rural de la República, mi pensamiento se dirige de modo particular a los hombres y mujeres del campo. Vosotros, queridos campesinos, colaboráis en la obra de la creación haciendo que la tierra produzca los frutos que servirán de alimento a vuestras familias y a toda la comunidad. Con vuestro sudor y esfuerzo ofrecéis a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento. Apelo, por ello, al sentido de justicia y solidaridad de las personas responsables para que pongan todos los medios a su alcance en orden a aliviar los problemas que hoy aquejan al sector rural, de tal manera que los hombres y las mujeres del campo y sus familias puedan vivir del modo digno que les corresponde a su condición de trabajadores e hijos de Dios. La devoción a la Santísima Virgen, tan arraigada en la religiosidad de los trabajadores del campo, marca sus vidas con el sello de una rica humanidad y una concepción cristiana de la existencia, pues en María se cifran las esperanzas de quienes ponen su confianza en Dios. Ella es como la síntesis del Evangelio y “nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (Congr. pro Doctrina Fidei, Instructio Libertatis conscientia, 97).
6. “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4, 4).
María es la mujer que acogiendo con fe la palabra de Dios y uniendo indisolublemente su vida a la de su Hijo, se ha convertido en “la primera y más perfecta discípula de Cristo” (Marialis cultus, 35). Por ello, en unas circunstancias como las actuales, cuando el acoso secularizante tiende a sofocar la fe de los cristianos negando toda referencia a lo transcendente, la figura de María se yergue como ejemplo y estímulo para el creyente de hoy y le recuerda la apremiante necesidad de que su aceptación del Evangelio se traduzca en acciones concretas y eficaces en su vida familiar, profesional, social (Christifideles laici, 2). En efecto, el laico dominicano está llamado, como creyente, a hacer presente los valores evangélicos en los diversos ámbitos de la vida y de la cultura de su pueblo. Su propia vocación cristiana le compromete a vivir inmerso en las realidades temporales como constructores de paz y armonía colaborando siempre al bien común de la Nación. Todos deben promover la justicia y la solidaridad en los diversos campos de sus responsabilidades sociales concretas: en el mundo económico, en la acción sindical o política, en el campo cultural, en los medios de comunicación social, en la labor asistencial y educativa. Todos están llamados a colaborar en la gran tarea de la nueva evangelización.
Hoy como ayer María ha de ser también la Estrella de esa nueva evangelización a la que la Iglesia universal se siente llamada, y especialmente la Iglesia en América Latina, que celebra sus quinientos años de fe cristiana. En efecto, el anuncio del Evangelio en el Nuevo Mundo se llevó a cabo “presentando a la Virgen María como su realización más completa” (Puebla, 282). Y a lo largo de estos cinco siglos la devoción mariana ha demostrado sobradamente ser un factor fundamental de evangelización, pues María es el evangelio hecho vida. Ella es la más alta y perfecta realización del mensaje cristiano, el modelo que todos deben seguir. Como afirmaron los Obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de los Ángeles, “sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista” (Puebla, 301).
7. “Porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso” (Lc 1, 49).
Así lo proclama María en el Magníficat. Ella, la Altagracia, nos entrega al Salvador del mundo y, como nueva Eva, viene a ser en verdad “la madre de todos los vivientes” (Gn 3, 20). En la Madre de Dios comienza a tener cumplimiento la “plenitud de los tiempos” en que “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer,... para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). El Enmanuel, Dios–con–nosotros, sigue siendo una nueva y maravillosa realidad que nos permite dirigirnos a Dios como Padre, pues María nos entrega a Aquel que nos hace hijos adoptivos de Dios: “hijos en el Hijo”.
“La prueba de que sois hijos –escribe san Pablo– es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Ibíd., 4, 6-7). Ésta es la gran verdad que nos proclama el Apóstol en nuestra celebración eucarística: la filiación adoptiva al recibir la vida divina. Por eso, nuestros labios pueden repetir las mismas palabras: “Padre..., Padre nuestro”, porque es el Espíritu Santo quien las inspira en nuestros corazones.
8. ¡Altagracia! La gracia que sobrepuja al pecado, al mal, a la muerte. El gran don de Dios se expande entre los pueblos del Nuevo Mundo, que hace cinco siglos oyeron las palabras de vida y recibieron la gracia bautismal. Un don que está destinado a todos sin excepción, por encima de razas, lengua o situación social. Y si algunos hubieran de ser privilegiados por Dios, éstos son precisamente los sencillos, los humildes, los pobres de espíritu.
Todos estamos llamados a ser hijos adoptivos de Dios; pues “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1): ¡libres de la esclavitud del pecado!
¡Madre de Dios! ¡Virgen de la Altagracia! Muestra los caminos del Enmanuel, nuestro Salvador, a todos tus hijos e hijas en el Continente de la esperanza para que, en este V Centenario de la Evangelización, la fe recibida se haga fecunda en obras de justicia, de paz y de amor.
Amén.
(fuente: www.basilicahiguey.com)
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